miércoles, 19 de mayo de 2010
EL SUEÑO DE WANGARI
Cuento: El sueño de Wangari.
Wangari era una niña pequeña que vivía en un pueblecito de África.
Su cabaña estaba hecha de troncos de higuera. Las ramas de este árbol, servían a la madre de Wangari para aprender el fuego y cocinar la comida de cada día. En verano, la higuera se llenaba de frutos sabrosos.
Cerca de su cabaña, había un riachuelo donde los animales iban a beber al amanecer.
El lugar preferido por la niña para jugar, era un bosque de higueras pero, entre todas ellas, había una que le gustaba mucho.
Era un árbol muy viejo, grande como las jirafas, con una copa ancha como la espalda de los elefantes.
Como era tan viejo, el árbol tenía un tronco retorcido, con bultos y agujeros que le permitían subir hasta las ramas.
Allí arriba, la niña construyó su propia cabaña. Se encontraba muy bien allí y podía observar todo el pueblo.
Encima del árbol tenía compañía, los pájaros que hacían sus nidos, los monos saltando de rama en rama, las pequeñas serpientes de color verde que se enroscaban por las ramas, la caravana de hormigas que recorría el tronco, los murciélagos que por la noche, se alimentaban de sus frutos. ¡ Y qué buenos eran los frutos de la higuera ! ¡ Y qué bonita era la vieja higuera !, casi como una amiga.
Pero un día llegaron unos hombres extranjeros cargados con herramientas metálicas, sierras y enormes camiones de colores. ¿Qué hacían los extranjeros?
Uno por uno, cortaron todos los árboles, la vieja higuera también, los cargaron y se marcharon con mucho ruido dejando el campo pelado y la tierra desnuda.
Por la noche Wangari no quiso cenar; se acostó en su esterilla y lloró mucho rato en la oscuridad.
Pasó el tiempo y la temporada de lluvias no llegaba.
Pasaron días y más días y no llovía.
El riachuelo empezó a secarse.
Los animales estaban nerviosos porque el agua que quedaba en el riachuelo era de color marrón y a ellos no les gustaba para beber.
Su madre, un día, dijo que no tenía leña para cocinar.
La niña estaba muy triste ya no podía jugar a esconderse detrás de los troncos de los árboles ni podía subir a su cabaña en lo alto de la higuera.
Aquella noche Wangari se fue a dormir con lágrimas en los ojos pero…tuvo un sueño:
Había crecido. Se había convertido en una mujer que volvía al pueblo con un saco en su espalda. ¿Qué llevará en este saco? Pues llevaba semillas de higuera que plantó en el lugar donde antes había un bosque. Hizo agujeros, echó semillas, las tapó con tierra y las regó y así durante muchos días. Pronto nacerían pequeñas plantitas de higuera y que como por arte de magia se convirtieron en árboles y pronto empezó a llover, el riachuelo comenzó a cantar feliz, los animales volverían a beber el agua limpia y clara como antes, su mamá tendría leña para cocinar y ella podría jugar como siempre.
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